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Olavarria

La película que todos los chicos deben ver

Regresó para jugar en Racing luego de construir una trayectoria impresionante a partir del esfuerzo, el sacrificio y, a veces, hasta las carencias.

Daniel Lovano / dlovano@elpopular.com.ar

El comienzo del relato podría radicarse en el 27 de junio de 1983, cuando llegó al mundo el segundo hijo de Héctor Tucker y Susana Rodríguez. O cuando en 1995 el siempre inquieto Raúl Moriones fue a buscar a Hinojo un pibe que prometía como «2», y se lo trajo para El Fortín.

Tal vez con imágenes subido a una escalera con la brocha en una mano y una lata de pintura en la otra, bajando para montarse a la bicicleta y llegar a la práctica con lo justo, porque había que estar bien para marcar el domingo a delanteros que en otras ciudades desembarcaban en los entrenamientos desde alemanes importados.

Otro punto de partida podría ser la mañana que no llegó a tiempo el pase de Mauro Palomeque, Tenaglia lo debió improvisar al lado de Pablo Ponce en Tandil, y arrancó la campaña que lo vio festejando el ascenso al Argentino «A» en Pergamino.

Pero, como en aquella maravillosa e inigualable «Patagonia rebelde», el mejor comienzo del relato debería ser con el dato más cercano desde el punto de vista cronológico. No se trata de un final, porque esta historia promete algún que otro capítulo apasionante aún.

Arrancar su película el domingo, con Roberto Tucker encabezando la fila en la cancha de Ferro, sería todo un símbolo: el caudillo, el paradigma del esfuerzo, el líder con el blazalete en la camiseta de la estrellita que regresa vigente después de una formidable carrera profesional, para seguir soñando dentro de una cancha de fútbol.

Después sí, de un inicio arbitrario, continuar el relato a partir de previa de la Nochebuena de 2007, cuando lo llamaron de Racing para decirle que el 3 de enero de 2008 debía presentarse en el entrenamiento de Quilmes.

«La verdad, pensé que me estaban jodiendo. Yo venía de discutir con los dirigentes porque me pidió Rivadavia de Lincoln para jugar el Argentino A, por una plata mucho mejor de lo que ganaba en Olavarría, y ellos me habían advertido que a Lincoln no me iban a dejar ir» recordó Roberto. Once años pasaron.

Cuando Racing lo fue a buscar para jugar el primer Argentino VIP «ya» tenía 21 años, y no pocos lo consideraban un jugador perdido para el gran nivel. Y todo lo que vino después…

«Era sólo ir a jugar, porque Racing era el único club de Olavarría que apostaba por esos campeonatos; armar un buen equipo para pelear, pero hasta ahí nomás. Ya llegar como refuerzo era mucho logro» reconoció.

Como en una ráfaga, previo a ese pase a Quilmes que cambió su vida, aparecen las imágenes de la ausencia de Palomeque en Tandil; el gol a Alvarado en la segunda fecha; la seria lesión en un amistoso con Boca; que le hizo perder casi todos los playoffs por el ascenso, y en el medio la angustia por un parto complicado del primogénito; la reaparición con el cuchillo entre los dientes en Pergamino y la carrera loca detrás Oscar Altamirano, celebrando el gol de certificaba ascenso, allá en Pergamino.

El primer Argentino «A», el regreso al «B», el campañón con Luis Quintela (ya como «2», formando una pareja para el recuerdo con Cristian Di Pangrazio) y la racha goleadora en la gestión de Hugo Iervasi. «Luis (Quintela) tenía contactos en Buenos Aires, y después me enteré de que se fue y siguió hablando por mí con un representante» apuntó.

«En una semana, entre fines de 2007 y comienzos de 2008, pasé de trabajar a entrenar todos los días, de manera más profesional y tener todo a disposición. Cuando llegué a Quilmes fue un cambio muy grande» recordó.

Transcurrieron 20 días de incertidumbre y ansiedad. La última mañana de la pretemporada, en Tandil, bajando por el ascensor con Alberto Fanesi, el DT de Quilmes le preguntó: «¿Usted se quiere quedar acá?».

El resto del relato requerirá unos cuantos caracteres más.

«Fue duro el cambio al principio para toda la familia. Nos fuimos con el nene chiquito, y ni mi señora ni yo habíamos estado nunca en Buenos Aires. En la parte física también, pero las ganas pudieron más que todos los obstáculos. En ese momento no podía haber calambres. O me quedaba allá o me volvía a Olavarría, y el físico se acostumbra. Si andaba todos los días comiendo mal, trabajando arriba de una escalera, cuando empecé a alimentarme mejor y a descansar como se debe el físico respondió» acotó.

Un año y medio fue su paso por Quilmes. «Me hubiese gustado volver a ese club. ¿Por qué me fui? Porque llegó el Chaucha Bianco como DT y me dijo que iba a arrancar desde atrás. Y yo necesitaba jugar. El fue muy sincero conmigo, pero a mí no me servía ser suplente. Era resignarse a volver a los campeonatos regionales más temprano que tarde, y preferí irme para tratar de hacerme conocido. No podía mostrarme siendo suplente» comentó.

El viaje de Olavarría a Quilmes derivó en un vuelo de Ezeiza a Portugal. El Leixões de la Primeira Liga lo estaba esperando: «Había que seguir probando y sin ningún temor agarramos las valijas y nos fuimos con toda la familia».

Allá jugó contra los tres grandes, se enfrentó con Luizao, Di María, Aimar, Saviola y David Luiz en el Benfica; Falcao García, Mariano González y Belluschi en el Porto. Algunas camisetas en el placar dan testimonio de uno de los momentos más fuertes de su carrera. «Tengo la de Luizao, porque lo marqué todo el partido y casi se la saco en el área. Se la tenía que pedir, je» bromeó.

«Me encantó. Otra forma de vivir, otra manera de sentir el fútbol, otra manera de entrenar. Completamente diferente a lo que estaba acostumbrado. La pelota siempre, desde el primer día de la pretemporada hasta el último día de la temporada. Ahora acá está bastante parecido» dijo.

Feliz de la experiencia, con chances de quedarse, el nene era muy chiquito, su esposa extrañaba demasiado y se volvió para jugar en Deportivo Merlo. En el Charro empezó a sumar momentos históricos en su CV; fueron sextos en la B Nacional, la mejor campaña del club.

«Una institución muy humilde, de barrio, donde se hacía todo con mucho sacrificio. Cambio grande también, porque llegaba de Europa con todo a disposición, para entrenar en una plaza» contó.

Merlo le dio el placet para volver a instalarse y apareció Sarmiento. Un paso atrás para después recorrer varios kilómetros hacia adelante.

En Junín faltó que le pusieran su nombre a una calle. Fue capitán, figura y emblema. Ascenso desde la B Metro y campañón en la B Nacional: cuartos detrás de Central de Russo, Olimpo y Gimnasia de Troglio el año que subieron tres a Primera, y viendo a Huracán, Banfield y Atlético Tucumán por el espejo retrovisor.

«Tuve la suerte de hacer muchos goles y de andar bien» describió. Pero, Roberto era el capitán, el que iba a pelear los premios, el que sacaba la cara por sus compañeros, y la relación con los dirigentes se fue desgastando.

«Prefiero irme antes de hacerle mal a un compañero. Nunca nadie va a poder decir que me quedé con plata de él, que no le peleé un premio o que no le hice cobrar. No daba para más» lamentó.

Otra vez toda la familia hacia Ezeiza, pero rumbo al norte del continente y a un grande de Venezuela. «El Caracas es un club espectacular. A la altura de los mejores de acá, por cómo te atienden, cómo te tratan, cómo viajás. Por los elementos, desde la cosita más chiquita hasta el instrumento más sofisticado» subrayó.

En Venezuela logró títulos, jugó Copas internacionales (enfrentó a Lanús en la Libertadores 2014), fue líder (cuándo no!), participó en clásicos con canchas repletas. «Es un fútbol raro. Parece fácil, pero no lo es. Ha crecido mucho, ya no los golean los grandes del continente. Ahí se notaba que estaban creciendo, que aparecían chicos con muchas condiciones, y hace dos años terminaron siendo subcampeones del mundo Sub 20» explicó.

Cuando llegó la Venezuela post Chávez era un país «hermoso para vivir», cuando regresó las circunstancias nacionales y los acosos internacionales habían malherido a la Venezuela de Maduro. Agregada una dolorosa noticia en el seno familiar, decidió regresar al país .

Con Santamarina los penales le privaron el ascenso a Primera en la cancha de Patronato; con Central Córdoba de Santiago del Estero vivió la pasión de un grande del interior desde adentro; volvió seis meses a Venezuela para jugar en La Guaira por el llamado de un entrenador que lo marcó; estuvo en Misiones con Crucero del Norte, hizo un gol en el clásico con Guaraní y otra vez los penales se llevaron la chance de un ascenso.

El padre y el esposo tuvo siempre a su lado a la mujer y al hijo. El sacrificio valió la pena. «Tuvimos la suerte cambiar para tener una vida mejor. Me pude hacer mi casa, tener un auto, irnos algún día de vacaciones, que de otro modo no hubiese podido hacerlo» reconoció.

«Acá en alguna época pasábamos hambre. Ganaba 150 pesos por semana y como mi hijo necesitaba una leche especial me aseguraba de que él tuviera su leche; nosotros de alguna manera nos íbamos a arreglar. Trabajaba y para no gastar plata me llevaba dos mangos y en la obra hacíamos una vaquita para comprar el fiambre, el pan y las cocas. Y a la noche esperar si mi suegra o mi vieja nos acercaban un paquete de fideos o algo que había sobrado del mediodía para comer nosotros» recordó.

El invierno pasado se cruzó todo el país para jugar el Federal «A» con Deportivo Madryn. «Una mañana me levanté y le dije a mi señora ‘se acabó, nos volvemos a Olavarría’. Pasó el tiempo, el nene creció y necesita una estabilidad. Estuvo en 13 escuelas en los últimos 13 años y es un fenómeno, porque anda bárbaro, siempre se adaptó, pero está en una edad que necesita de cierta estabilidad. No tiene la suerte de hacer amigos. Y nos vinimos» reveló.

Racing agradecido. Sin proponérselo recibió como regalo para otra aventura a uno de los líderes más importantes de su historia. Le dio la «2», será el capitán con o sin cinta, y puso en sus manos a los pibes de inferiores para que reciban las enseñanzas recogidas en un tránsito de película dentro de las canchas de fútbol.

Fuente: Diario El Popular – Olavarria

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