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Olavarria

Hoy se cumplen 50 años de la «Guerra en el Fútbol» en Torneo de selecciones de Ligas

El día mas violento en Olavarría.

Hoy a 50 años de la jornada mas trágica que se vivió en Olavarría tras la disputa de un partido de fútbol.
En la ida se había picado el partido, la revancha en la nuestra ciudad fue un caos. Se recuerda la intervención del Ejército y la quema del ómnibus que trajo a la delegación de Mar del Plata.
15-11-1970
Árbitro: Roberto Maino (AFA)
Estadio. Parque Carlos Guerrero
Olavarría 1: Alfonzo;Fernández,Silva,Vaello,Hoffer;Pellicioni,Bernal,Mercerat; Alonso, Musotto y Montanaro.DT: Norberto Desanzo
Mar del Plata 4: Videla;Picabea,Soler,Louge,Mosconi;Moreno,Micio,Ripke,Loyola; Loyola, Parodi y Miori.DT: Alberto Pacheco
Goles: 3′ Loyola(M)-26′ Montanaro(O)-34’Loyola-60′-69′ Loyola (M).
Cambios: Moyano x Pellicioni-Medina x Montanaro(O)
Exp: 43′ Héctor Bernal (O)
El partido fue suspendido a los 30’ST por incidentes.
Foto: Diario El Popular de Olavarría.
Fuente: Fabian Casanella
Campeonato Argentino Copa «Adrián Beccar Varela»

A 50 años del día más violento de la historia

El 15 de noviembre de 1970 un partido entre las selecciones de Olavarría y Mar del Plata, en el Estadio Central del Parque Carlos Guerrero, tuvo derivaciones nunca vistas en una cancha del fútbol argentino.

Daniel Lovano / dlovano@elpopular.com.ar

El paso del tiempo alumbra y fortalece algunas paradojas.

En el mismo escenario donde en 1980 cinco marplatenses compusieron casi el cincuenta por ciento del equipo más brillante que se haya visto por estos lares, una década antes no más de 20 marplatenses salieron con vida de casualidad de la jornada más violenta en los 152 años de Olavarría, y una de las tardes más dramáticas en la historia del fútbol argentino.

Pasaron 49 años de aquel domingo 15 de noviembre de 1970 que se jugó el partido de vuelta de los cuartos de final del campeonato Argentino entre Olavarría y Mar del Plata, en el Estadio Central del Parque Carlos Guererro.

En una ida no exenta de polémicas los marplatenses habían ganado 3 a 1 en el desaparecido Estadio Municipal «General San Martín».

Durante los siete días transcurridos entre partido y partido, no se hablaba de otra cosa en la Ciudad.

Una semana previa cargada de tensión y de comentarios alarmantes que alimentaban un ánimo de venganza, como reacción a las agresiones que recibieron los espectadores olavarrienses durante el primer choque y a un arbitraje apuntado como tendencioso desde el centro de la Provincia.

Ambas selecciones buscaban un lugar en el cuadrangular final, a disputarse en la ciudad de Salta.

Multitud en el Parque

Muy temprano se colmaron las gradas del estadio de Estudiantes, en medio de un inquietante clima belicoso.

En nada contribuyó a descomprimir esa atmósfera de tensión la agresiva disposición, en el terreno de juego, del Cuerpo de Infantería de la Policía de la Provincia de Buenos Aires: un carro de asalto, un equipo de uniformados provistos con pistolas lanzagases, cascos de acero, bastones largos y perros adiestrados.

El partido comenzó a las 16.15 y siempre fue violento: tumultos, entradas fuertes (una de ellas le costó la expulsión al «Chango» Bernal, quien cuando salió del terreno le lanzó un golpe al capitán visitante Mosconi) y las sucesivas teatralizaciones del arquero marplatense Jorge Videla.

En el plano futbolístico, la reacción de la selección local quedó rápidamente desactivada a partir de la presencia goleadora de Loyola.

Se alumbró una tenue esperanza con el empate transitorio logrado por el «Gringo» Juan Carlos Montanaro, pero enseguida llegó el 2 a 1 con que acabó el primer tiempo.

Durante el descanso el público se agolpó sobre el puesto de venta de bebidas, y se agotaron en pocos minutos. Miles de envases de vidrio no fueron devueltos.

Apenas se reanudó el juego volvió a desplomarse sobre el pasto el arquero Videla por un proyectil que le dio en la espalda, y provocó la detención del juego por casi un cuarto de hora, en los que se registraron varias escaramuzas entre los jugadores.

En el tumulto el árbitro Roberto Maino recibió un puntapié. Lluvia de botellas sobre el terreno, una de ellas golpeó al capitán olavarriense, el «Tony» Pelliccioni.

Durante la escalada Maino amenazó con suspender el partido, entonces Pelliccioni tomó el micrófono de la voz del estadio e hizo un dramático llamado al público local, al que le recomendó que «no debía caer en el salvajismo con el que fuimos tratados en Mar del Plata».

El partido logró reanudarse, pero cuando Loyola estiró las cifras hasta 4 a 1 volvieron a caer los proyectiles, y se generalizaron los tumultos y las agresiones entre jugadores y dirigentes de ambos bandos.

Los gases y la locura

Entre tanto descontrol el Cuerpo de Infantería apuntó con sus equipos lanzagases hacia la tribuna local.

A las 17.55 un apresurado uniformado apretó el gatillo y lanzó una granada sobre los espectadores, entre los que se encontraban las autoridades de la época y un juez de Azul.

Decenas de disparos de gases fueron en todas las direcciones y, como consecuencia de la desesperada marea humana que procuraba eludir esa trampa neblinosa, muchos espectadores sufrieron lesiones de distinta consideración.

Atemorizado por la estampida, un oficial de policía exhibió al lado de una Estanciera su pistola calibre 45 y la reacción fue tan brutal como la actitud del uniformado: los espectadores, enardecidos al grito de «asesinos» y «torturadores», le destrozaron el vehículo.

Más locura: disparos de armas de fuego sobre la multitud.

Los hinchas cargaron contra los vestuarios mientras la policía intentaba evitar una maniobra de linchamiento contra los jugadores marplatenses, quienes desde adentro contemplaban cómo estallaban los cristales de las ventanas y arremetían contra la puerta de chapa con los tablones de madera de los kioscos.

Las sirenas de las ambulancias con los heridos en su interior (debieron realizar no menos de seis viajes) se perdía en un extremo del Parque, en el otro (entre el Mini Gimnasio y la cancha de golf), un desprendimiento de los más violentos atacaba con piedras al micro marplatense y luego le prendía fuego.

Los bomberos, que estaban tratando de controlar un incendio de asientos en el sector de plateas, tardaron unos segundos decisivos en salir.

A las 18.20, cuando llegaron, poco pudieron hacer para salvar aquella unidad de «El Rápido» y las pertenencias de la delegación visitante que se encontraban en su interior.

La población se terminó de convencer que algo muy grave estaba sucediendo a metros de un estadio de fútbol, al apreciar desde todos los barrios aquella larga, negra y espera humareda.

Versión alarmante

Alrededor de las 18.40 sólo había focos de resistencia, pero la violencia se reactivó cuando corrió la versión de que un niño había muerto en los incidentes.

Cinco minutos más tarde, un ruido castrense sorprendió a quienes aún permanecían en las adyacencias del estadio.

Era una columna del Regimiento local al frente de su jefe, el entonces teniente coronel Daniel García, que ingresaba al Parque Guerrero con cinco vehículos blindados equipados con ametralladoras, morteros y medio centenar de soldados equipados con fusiles FAL.

Los efectivos militares (algunos de ellos vestidos con ropa de polo) se desplegaron en los alrededores del estadio y permitieron la salida de los jugadores y dirigentes marplatenses, que se estaban refugiados dentro de los devastados vestuarios.

En medio de una calma ficticia, el espectacular operativo intentó salir del Parque pero chocó con la reacción agresiva de los miles de espectadores que seguían en el predio.

En primera instancia, un grupo lo detuvo entonando la marcha peronista.

Junto con los blindados intentó «huir» un carro de asalto de la policía bonaerense, transportando a los lanzadores de gases y a los perros.

Cuando la multitud se percató de ello recrudeció la violencia. Piedras, palos y botellas se estrellaron contra el vehículo policial. Entonces partieron disparos a los pinos desde la columna militar para amedrentar a los más revoltosos.

Las unidades lograron, al fin, el paso que antes le habían negado, y transportaron a toda la delegación visitante hasta el Regimiento local.

Lentamente Olavarría empezaba a recuperar su habitual calma pueblerina, pero nunca iba a olvidar la jornada más violenta desde su fundación, en 1867.

Fuente: Diario El Popular

Cinco décadas atrás Olavarría vivía en una cancha de fútbol la jornada más violenta de su historia

Con el fervor popular en crecimiento nadie se quiso quedar afuera del fenómeno social que generó aquella campaña

Hoy domingo se cumple el 50 aniversario de aquel recordado partido por los cuartos de final entre Olavarría y Mar del Plata, que terminó con la intervención de ejército en la cancha de Estudiantes.

Entre aquella recordada tarde con Cipolletti en la cancha de Estudiantes que se definió con una moneda al aire y el primer partido de los cuartos de final del Campeonato Argentino Copa «Adrián Béccar Varela», ante Mar del Plata, pasaron casi tres meses. Y la espera tuvo sus condimentos deportivos y extradeportivos.

En la última porción del certamen cesó en sus funciones la comisión de selecciones de la Liga de Fútbol de Olavarría que presidía Pedro Salomón, e integraban Héctor Sicca, Adolfo Gamondi, Roberto Bianucci, Osvaldo Baudriz, Cayetano Notaro, Wilfredo Vivinetto, Federico «Conde» Danelli y Carlos Ferro.

Con el fervor popular en crecimiento nadie se quiso quedar afuera del fenómeno social que generó aquella campaña de la selección olavarriense, y esto incomodó a quienes empezaron a trabajar en silencio a fines de 1969.

La piedra del escándalo cayó tras el partido con Trenque Lauquen en la cancha de Racing (5 a 2), cuando un reconocido dirigente olavarriense ingresó al vestuario y exclamó: «Estos muchachos hicieron algo extraordinario; merecen premio doble». El gesto no gustó y la comisión se fue.

Un miembro de aquel grupo que presidía «Perico» Salomón contó que cuando se fueron de la Liga dejaron un suculento colchón en la cuenta corriente, cercano a los dos millones de pesos (EL POPULAR, en aquel tiempo, costaba 30 pesos), que se despilfarraron en los amistosos con Racing de Avellaneda (el día que se fracturó Luis María Mas), Boca Juniors, Argentino de Quilmes y el ACIA (hoy Sportivo Italiano).

También don Gilberto Baranzini reemplazó a don Ignacio Zubiría en el sillón principal de la casa de la calle Dorrego y Norberto Desanzo hizo lo propio con Vicente Martín en la dirección técnica del equipo.

«La decisión del cambio de técnico le correspondió al pueblo de Olavarría. Mediante una encuesta que realicé, el 98 por ciento me pidió a Desanzo» justificó una semana antes del primer partido con Mar del Plata don Baranzini, todo un precursor de las época de Mauricio Macri como presidente de Boca. Baranzini se quejó también de la falta de apoyo moral de la prensa olavarriense y de sus segundas intenciones.

Llegó el día del primer partido ante la selección de Mar del Plata, un 8 de noviembre de 1970 en el ya demolido estadio «General San Martín» con una gran presencia del público olavarriense.

El partido se jugó bajó una lluvia persistente y Olavarría cayó 3 a 1, en un trámite que dejó varias decisiones para la polémica del muy cuestionado arbitraje de Roberto Broghini. Una, sobre todo, en la que no sancionó un supuesti penal del arquero Videla a «Tito» Alonso, cuando Olavarría perdía 2 a 1 y en la derivación de la jugada anuló el gol de Juan Carlos Montanaro por presunta posición adelantada del «Gringo».

Al regreso todo Olavarría se enteró de «las cobardes agresiones a mujeres y niños, ante la mirada indolente de la policía» y del «cielo negro, barro negro y un personaje de negro (por Broghini), que se sumaron para consumar un triunfo que de por sí no tiene ningún valor», según apareció en el primer número de «El Sideral», que también denunció los «gestos obscenos del arquero Videla a la parcialidad visitante».

«En realidad la pasamos muy mal, porque la policía no nos protegió. Los hinchas de Olavarría estábamos en una de las tribunas laterales, pero cuando comenzó a llover nos permitieron ingresar a la techada, donde también estaba la gente de Mar del Plata. ¡Y para qué!. Nos tiraron con botellas, ladrillos, nos quemaron una bandera y nos golpearon con brutalidad. Creo que no mataron a nadie de casualidad» contaba hace más de una década Edith López de Alfonzo, la esposa de Rubén Darío Alfonzo, quien asistió al partido con la familia del desaparecido Juan Carlos Montanaro.

Cuentan las crónicas que en Mar del Plata los más violentos respondían a las órdenes de un calvo boxeador -famoso peso medio pesado de aquella época-, con noches de Luna Park, llamado José Luis Páez.

La semana posterior al partido de ida de los cuartos de final del Campeonato Argentino Copa «Adrián Béccar Varela» apareció el primer número del semanario deportivo olavarriense «El Sideral» con una desafortunada metáfora en su tapa: «Perdimos una batalla, pero podemos ganar la guerra – Domingo 15, fecha clave». Nafta sobre el fuego, que alimentó la sed de venganza de algunos olavarrienses.

«Durante esa semana varios pasaron por mi negocio y me dijeron «el domingo hay que matar a los de Mar del Plata» y yo trataba de aplacarlos, pero nunca imaginé que lo estaban diciendo en serio» relataba años atrás don Osvaldo Baudriz, fiel colaborador de aquella campaña.

EL POPULAR, en cambio, bajo el título «El público debe demostrar su educación deportiva», insistió el día del segundo partido en que «deben ser olvidados los malos momentos vividos en Mar del Plata (…) Aquello fue repudiable. Un mal ejemplo que no debe registrarse en Olavarría, porque el único triunfo verdadero será el que pueda lograr nuestra ciudad, en este caso representada por los aficionados futbolísticos (…) Un encuentro de fútbol debe servir para la unión de los pueblos».

Las horas siguientes demostrarían que la prédica fue en vano. Ni siquiera tuvo un efecto disuasivo la ostentosa disposición en el terreno de juego del Cuerpo de Infantería de la Policía de la provincia de Buenos Aires: un carro de asalto, un equipo de uniformados provistos con pistolas lanzagases, cascos de acero, bastones largos y perros adiestrados.

El partido se hizo violento desde que movieron de medio. No faltaron las protestas en masa, ni las entradas violentas (una de ellas le costó la expulsión al «Chango» Bernal, quien cuando salió del terreno le lanzó un golpe al capitán visitante Mosconi) y las tristemente famosas teatralizaciones del arquero marplatense Jorge Videla.

El goleador Loyola se encargó de poner hielo sobre la reacción de la selección local , aunque el empate de Juan Carlos Montanaro encendió una luz de esperanza, pero Olavarría no pudo evitar un cierre del primer tiempo con el marcador favorable a Mar del Plata por 2 a 1.

Nada raro. Aun sigue sucediendo que durante los entretiempo el público se agolpa sobre el puesto de venta de bebidas, que se agotaron en pocos minutos, pero miles de envases no fueron devueltos.

Reanudaron y enseguida se desplomó en el campo el arquero Videla, por un proyectil que le dio en la espalda y provocó la detención del encuentro por casi un cuarto de hora, en los que no faltaron tumultos entre jugadores de los dos equipos. En uno de ellos el árbitro Roberto Maino recibió un puntapié y se desató una lluvia de botellas sobre el terreno. Un golpeó al capitán olavarriense, Guillermo Daniel «Tony» Pelliccioni.

Maino amenazó con suspender el partido, entonces Pelliccioni tomó el micrófono de la voz del estadio de hizo un último llamado al público local, al que le pidió que «no debía caer en el salvajismo con el que fuimos tratados en Mar del Plata».

El partido logró reanudarse, pero cuando Loyola estiró el resultado hasta 4 a 1 volvieron a caer las botellas vacías de Coca Cola, recrudecieron los tumultos y las agresiones entre jugadores y dirigentes de ambos bandos.

Cuando todo se había salido de su acuce, el cuerpo de infantería apuntó con sus equipos lanzagases hacia la tribuna local. A las 17.55 un uniformado apretó el gatillo y lanzó una granada sobre los espectadores, entre los que se encontraban las autoridades de la época y un juez de Azul.

De inmediato, decenas de granadas con gases lacrimógenes fueron lanzados en todas las direcciones y se produjo una estampida de público. Atemorizado, un oficial de policía exhibió al lado de una Estanciera su pistola calibre 45 y la reacción fue tan brutal como la actitud del uniformado: los espectadores, enardecidos, al grito de «asesinos» y «torturadores», le destrozaron el vehículo.

Hasta hubo disparos de armas de fuego sobre la multitud. Los hinchas más descontrolados cargaron contra los vestuarios, mientras la policía intentaba evitar una maniobra de linchamiento contra los jugadores marplatenses, que desde adentro contemplaban como caían los cristales de las ventanas y arremetían contra la puerta de chapa con los tablones de madera de los kioscos.

Más gases lacrimógenos, más disparos de armas de fuego. Mientras el sonido de las ambulancias con los heridos en su interior (debieron realizar no menos de seis viajes), buscaba la salida del Parque, Entre el Mini Gimnasio y la cancha de golf un grupo de los más violentos atacaba con piedras al micro marplatense y luego le prendía fuego.

Los bomberos tardaron unos segundos en llegar, al tratar de controlar un incendio de asientos de plástico en el sector de plateas. A las 18.20, cuando llegaron, la unidad de «El Rápido», donde estaban todas las pertenencias de la delegación visitante, había quedado envuelta en llamas.

Una negra y espesa humareda anunciaba a toda la Ciudad que algo grave estaba aconteciendo en el Parque Carlos Guerrero.

Pero aun faltaban más imágenes imborrables. Minutos más tarde un ruido castrense sorprendió a quienes aún permanecían en las adyacencias del estadio. Una columna del Regimiento local al frente de su jefe, el entonces teniente coronel Daniel García, que ingresaba al Parque con cinco vehículos de transporte blindados, equipados con ametralladoras, morteros y medio centenar de soldados equipados con fusiles FAL.

Los efectivos militares, algunos de ellos vestidos con ropa de polo (estaban jugando un partido cuando en el Regimiento recibieron el pedido) se desplegaron en los alrededores del estadio y permitieron la salida de los jugadores y dirigentes marplatenses, que se habían refugiado dentro de los devastados vestuarios.

En medio de una calma ficticia, el espectacular operativo intento salir del Parque, pero chocó con la reacción agresiva de los 3000 espectadores que seguían en el predio. En primera instancia, un grupo lo detuvo entonando la marcha peronista.

Junto a los blindados intentó «huir» un carro de asalto de la policía bonaerense, transportando a los lanzadores de gases y a los perros. Cuando la multitud se percató de ello recrudeció la violencia. Piedras, palos y botellas se estrellaron contra el vehículo policial, entonces partieron disparos hacia los pinos desde la columna militar para amedrentar a los más revoltosos.

Las unidades lograron al fin el paso que antes le habían negado, y transportaron a toda la delegación visitante hasta el Regimiento. Lentamente Olavarría empezaba a recuperar su habitual calma, en la jornada más violenta desde su fundación, el 25 de noviembre de 1867.

LA CAMPAÑA DE OLAVARRÍA

Noviembre de 1969

General Alvear 1 – Olavarría 5

Olavarría 4 – General Alvear 1

Monte 0 – Olavarría 5 (30 de noviembre)

Olavarría 4 – Monte 0 (6 de diciembre de 1969)

Olavarría 2 – Chivilcoy 1 (17 de mayo de 1970)

Chivilcoy 1 – Olavarría 2 (24 de mayo de 1970)

Olavarría 2 – Tres Arroyos 0

Tres Arroyos 1 – Olavarría 0

Olavarría 2 – Tandil 0

Tandil 2 – Olavarría 3 (21 de junio de 1970, el mismo día que Brasil ganaba en México su tercera Copa del Mundo)

Trenque Lauquen 3 – Olavarría 1

Olavarría 5 – Trenque Lauquen 2 (26 de julio de 1970)

Cipolletti 2 – Olavarría 0 (8 de agosto de 1970)

Olavarría 2 – Cipolletti 0 (15 de agosto de 1970). Luego de acertar los dos equipos tres penales (Cheves por Olavarría y Almendra para Cipolletti). Como el árbitro José Luis Machuca no conocía el reglamento, el desenlace se demoró casi una hora, hasta que los dirigentes consiguieron una copia en la sede de la Liga.

Siguieron las ejecuciones: Chevez convirtió el cuarto y el arquero Ferreyra le contuvo el quinto; Almendra estrelló su primer disparo en el palo y acertó el restante. Entonces Valenzuela, presidente de la Liga de Confluencia, se dirigió a la concurrencia para pedir una opinión sobre la definición del partido, pero Machuca se remitió al reglamento y dispuso que la moneda escogiera al clasificado para los cuartos de final.

(*) Extracto de una investigación publicada en diario EL POPULAR en noviembre de 2002.

Fuente El Popular de Olavarría

La Sintesis de Saladillo

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